martes, 23 de abril de 2019

Positivismo


I . Las líneas maestras del positivismo
El positivismo es una corriente compleja de pensamiento que dominó gran parte de la cultura europea en sus manifestaciones filosófícas, políti­cas, pedagógicas, historiográficas y literarias (entre estas últimas se cuen­tan, por ejemplo, el verismo y el naturalismo), en un período que cubre aproximadamente desde 1840 hasta llegar casi al inicio de la primera gue­rra mundial. Una vez superada la tempestad de 1848 -si exceptuamos el enfrentamiento de Crimea en 1854 y la guerra franco-prusiana de 1870- la época positivista fue una era básicamente pacífíca en Europa. Al mismo tiempo, constituyó la época de la expansión colonial europea en África y en Asia. En el seno de este marco político culmina en Europa la transfor­mación industrial, lo cual posee enormes consecuencias para la vida so­cial: la utilización de los descubrimientos científicos transforma todo el sistema de producción; se multiplican las grandes ciudades; crece de modo impresionante la red de intercambios comerciales; se rompe el antiguo equilibrio entre ciudades y zonas rurales; aumentan la producción y la riqueza; la medicina vence las enfermedades infecciosas, antiguo y angus­tioso flagelo de la humanidad. En pocas palabras, la revolución industrial cambia radicalmente la forma de vivir. La idea de un progreso humano y social imposible de detener galvaniza el entusiasmo general: de ahora en adelante dispondríamos de los instrumentos capaces de solucionar todos los problemas. Estos instrumentos consistían -en opinión de muchos- sobre todo en la ciencia y en sus aplicaciones a la industria, y luego en el mercado libre y en la educación.
Además, en lo que concierne la ciencia, durante el período que trans­curre entre 1830 y 1890, mantiene con frecuencia unos vínculos muy estre­chos con el desarrollo de la industria, vinculación que posee un carácter bilateral, lo cual permite avances muy significativos en sus sectores más importantes. En matemáticas se dan las portaciones de Cauchy, Weierstrass, Dedekind y Cantor, entre otros. En geometría, las de Riemann, Bolyai, Lobachevski y Klein. La física se enorgullece de los resultados de las investigaciones de Faraday sobre la electricidad y de Maxwell y Hertz sobre el electromagnetismo; también en la ciencia física se producen los 271 trabajos fundamentales de Mayer, Helmholtz, Joule, Clausius y Thom­son sobre termodinámica. Berzelius, Mendeléiev, von Liebig, entre otros, hacen que crezca el saber químico. Koch, Pasteur y sus discípulos desarro-­ llan la microbiología y obtienen éxitos resonantes. Bernard edifica la fisio­logía y la medicina experimental. Es la época de la teoría evolucionista de Darwin, y la torre Eiffel de París y la apertura del canal de Suez simbolizan los adelantos tecnológicos.
Una estabilidad política básica, el proceso de industrialización y los avances de la ciencia y de la tecnología constituyen los pilares del medio ambiente sociocultural que el positivismo interpreta, exalta y favorece. Sin ninguna duda, no tardarán en hacerse sentir los grandes males de la sociedad industrial (los desequilibrios sociales, las luchas por la conquista de los mercados, la condición miserable del proletariado, la explotación laboral de los menores de edad, etc.). El marxismo diagnostica estos ma­les de un modo distinto a como lo hacen los positivistas. Éstos no ignoran dichos males, pero pensaban que pronto desaparecerían, como fenóme­nos transitorios que serían eliminados por el aumento del saber, de la instrucción popular y de la riqueza. Los representantes más significativos del positivismo son Auguste Comte (1798-1857) en Francia; John Stuart Mili (1806-1873) y Herbert Spencer (1820-1903) en Inglaterra; Jakob Moleschott (1822-1893) y Emst Haeckel (1834-1919) en Alemania; Roberto Ardigò (1828-1920) en Italia. Por lo tanto, el positivismo se integra en tradiciones culturales diferentes: en Francia se inserta en el interior del racionalismo que va desde Descar­tes hasta la ilustración; en Inglaterra, se desarrolla sobre la tradición empirista y utilitaria, y se relaciona a continuación con la teoría darwinista de la evolución; en Alemania asume la forma de un rígido cientificismo y de un monismo materialista; en Italia, con Ardigò, sus raíces se remon­tan al naturalismo renacentista, aunque sus frutos más notables -debido a la situación social de la nación ya unificada- los brinda en el ámbito de la pedagogía y de la antropología criminal. En cualquier caso, a pesar de tal diversidad, en el positivismo existen unos rasgos fundamentales de carác­ ter común, que permiten calificarlo como corriente unitaria de pensamiento:
1) A diferencia del idealismo, en el positivismo se reivindica el prima­do de la ciencia: sólo conocemos aquello que nos permite conocer las ciencias, y el único método de conocimiento es el propio de las ciencias naturales.
2) El método de las ciencias naturales (descubrimiento de las leyes causales y el control que éstas ejercen sobre los hechos) no sólo se aplica al estudio de la naturaleza sino también al estudio de la sociedad.
3) Por esto la sociología -entendida como la ciencia de aquellos «he­chos naturales» constituidos por las relaciones humanas y sociales- es un resultado característico del programa filosófico positivista.
4) En el positivismo no sólo se da la afirmación de la unidad del método científico y de la primacía de dicho método como instrumento cognoscitivo, sino que se exalta la ciencia en cuanto único medio en condi­ciones de solucionar en el transcurso del tiempo todos los problemas hu­manos y sociales que hasta entonces habían atormentado a la humanidad.
5) Por consiguiente, la época del positivismo se caracteriza por un optimismo general, que surge de la certidumbre en un progreso imparable (concebido en ocasiones como resultado del ingenio y del trabajo humano, y en otros casos como algo necesario y automático) que avanza hacia condiciones de bienestar generalizado, en una sociedad pacífica y penetra­da de solidaridad entre los hombres.
6) El hecho de que la ciencia sea propuesta por los positivistas como único fundamento sólido de la vida de los individuos y de la vida en común; el que se la considere como garantía absoluta del destino de pro­greso de la humanidad; el que el positivismo se pronuncie a favor de la divinidad del hecho: todo esto indujo a algunos especialistas a interpretar el positivismo como parte integrante de la mentalidad romántica. En el caso del positivismo, sin embargo, sería la ciencia la que resultaría elevada a la categoría de infinito. El positivismo de Comte, por ejemplo -afirma Kolakowski-, «implica una construcción de filosofía de la historia omnicomprensiva, que culmina en una visión mesiánica».
7) Tal interpretación no ha impedido sin embargo que otros exegetas (por ejemplo, Geymonat) descubran en el positivismo determinados te­mas fundamentales que proceden de la tradición ilustrada, como es el caso de la tendencia a considerar que los hechos empíricos son la única base del verdadero conocimiento, la fe en la racionalidad científica como solución de los problemas de la humanidad, o incluso la concepción laica de la cultura, entendida como construcción puramente humana, sin ninguna dependencia de teorías y supuestos teológicos.
8) Siempre en líneas generales el positivismo (John Stuart Mill consti­tuye una excepción en este aspecto) se caracteriza por una confianza acrí­tica y a menudo expeditiva y superficial en la estabilidad y en el crecimien­to sin obstáculos de la ciencia. Dicha confianza acrítica se transformó en un fenómeno consuetudinario.
9) La positividad de la ciencia lleva a que la mentalidad positivista combata las concepciones idealistas y espiritualistas de la realidad, con­cepciones que los positivistas acusaban de metafísicas, aunque ellos caye­sen también en posturas metafísicas tan dogmáticas como aquellas que criticaban.
10) La confianza en la ciencia y en la racionalidad humana, en definiti­va, los rasgos ilustrados del positivismo, indujeron a algunos marxistas a considerar que la acostumbrada interpretación marxista -según la cual el positivismo no es más que la ideología de la burguesía en la segunda mitad del siglo XIX- es insuficiente y, en cualquier caso, posee un carácter re- ductivo.

- Giovanni Reale y Dario Antiseri. Historia del Pensamiento Filosófico y Científico. Tomo III Del Romanticismo hasta hoy, Herder, Barcelona, 1988. pp. 271- 273

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