I . Las líneas
maestras del positivismo
El
positivismo es una corriente compleja de pensamiento que dominó gran parte de
la cultura europea en sus manifestaciones filosófícas, políticas, pedagógicas,
historiográficas y literarias (entre estas últimas se cuentan, por ejemplo, el
verismo y el naturalismo), en un período que cubre aproximadamente desde 1840
hasta llegar casi al inicio de la primera guerra mundial. Una vez superada la
tempestad de 1848 -si exceptuamos el enfrentamiento de Crimea en 1854 y la
guerra franco-prusiana de 1870- la época positivista fue una era básicamente
pacífíca en Europa. Al mismo tiempo, constituyó la época de la expansión
colonial europea en África y en Asia. En el seno de este marco político culmina
en Europa la transformación industrial, lo cual posee enormes consecuencias
para la vida social: la utilización de los descubrimientos científicos
transforma todo el sistema de producción; se multiplican las grandes ciudades;
crece de modo impresionante la red de intercambios comerciales; se rompe el
antiguo equilibrio entre ciudades y zonas rurales; aumentan la producción y la
riqueza; la medicina vence las enfermedades infecciosas, antiguo y angustioso
flagelo de la humanidad. En pocas palabras, la revolución industrial cambia
radicalmente la forma de vivir. La idea de un progreso humano y social
imposible de detener galvaniza el entusiasmo general: de ahora en adelante
dispondríamos de los instrumentos capaces de solucionar todos los problemas.
Estos instrumentos consistían -en opinión de muchos- sobre todo en la ciencia y
en sus aplicaciones a la industria, y luego en el mercado libre y en la
educación.
Además,
en lo que concierne la ciencia, durante el período que transcurre entre 1830 y
1890, mantiene con frecuencia unos vínculos muy estrechos con el desarrollo de
la industria, vinculación que posee un carácter bilateral, lo cual permite
avances muy significativos en sus sectores más importantes. En matemáticas se
dan las portaciones de Cauchy, Weierstrass, Dedekind y Cantor, entre otros. En
geometría, las de Riemann, Bolyai, Lobachevski y Klein. La física se
enorgullece de los resultados de las investigaciones de Faraday sobre la
electricidad y de Maxwell y Hertz sobre el electromagnetismo; también en la
ciencia física se producen los 271 trabajos fundamentales de Mayer, Helmholtz,
Joule, Clausius y Thomson sobre termodinámica. Berzelius, Mendeléiev, von
Liebig, entre otros, hacen que crezca el saber químico. Koch, Pasteur y sus
discípulos desarro- llan la microbiología y obtienen éxitos resonantes.
Bernard edifica la fisiología y la medicina experimental. Es la época de la
teoría evolucionista de Darwin, y la torre Eiffel de París y la apertura del canal
de Suez simbolizan los adelantos tecnológicos.
Una
estabilidad política básica, el proceso de industrialización y los avances de
la ciencia y de la tecnología constituyen los pilares del medio ambiente
sociocultural que el positivismo interpreta, exalta y favorece. Sin ninguna
duda, no tardarán en hacerse sentir los grandes males de la sociedad industrial
(los desequilibrios sociales, las luchas por la conquista de los mercados, la
condición miserable del proletariado, la explotación laboral de los menores de
edad, etc.). El marxismo diagnostica estos males de un modo distinto a como lo
hacen los positivistas. Éstos no ignoran dichos males, pero pensaban que pronto
desaparecerían, como fenómenos transitorios que serían eliminados por el
aumento del saber, de la instrucción popular y de la riqueza. Los
representantes más significativos del positivismo son Auguste Comte (1798-1857)
en Francia; John Stuart Mili (1806-1873) y Herbert Spencer (1820-1903) en
Inglaterra; Jakob Moleschott (1822-1893) y Emst Haeckel (1834-1919) en
Alemania; Roberto Ardigò (1828-1920) en Italia. Por lo tanto, el positivismo se
integra en tradiciones culturales diferentes: en Francia se inserta en el
interior del racionalismo que va desde Descartes hasta la ilustración; en Inglaterra,
se desarrolla sobre la tradición empirista y utilitaria, y se relaciona a
continuación con la teoría darwinista de la evolución; en Alemania asume la
forma de un rígido cientificismo y de un monismo materialista; en Italia, con
Ardigò, sus raíces se remontan al naturalismo renacentista, aunque sus frutos
más notables -debido a la situación social de la nación ya unificada- los
brinda en el ámbito de la pedagogía y de la antropología criminal. En cualquier
caso, a pesar de tal diversidad, en el positivismo existen unos rasgos
fundamentales de carác ter común, que permiten calificarlo como corriente
unitaria de pensamiento:
1)
A diferencia del idealismo, en el positivismo se reivindica el primado de la
ciencia: sólo conocemos aquello que nos permite conocer las ciencias, y el
único método de conocimiento es el propio de las ciencias naturales.
2)
El método de las ciencias naturales (descubrimiento de las leyes causales y el
control que éstas ejercen sobre los hechos) no sólo se aplica al estudio de la
naturaleza sino también al estudio de la sociedad.
3)
Por esto la sociología -entendida como la ciencia de aquellos «hechos
naturales» constituidos por las relaciones humanas y sociales- es un resultado
característico del programa filosófico positivista.
4)
En el positivismo no sólo se da la afirmación de la unidad del método
científico y de la primacía de dicho método como instrumento cognoscitivo, sino
que se exalta la ciencia en cuanto único medio en condiciones de solucionar en
el transcurso del tiempo todos los problemas humanos y sociales que hasta
entonces habían atormentado a la humanidad.
5)
Por consiguiente, la época del positivismo se caracteriza por un optimismo
general, que surge de la certidumbre en un progreso imparable (concebido en
ocasiones como resultado del ingenio y del trabajo humano, y en otros casos
como algo necesario y automático) que avanza hacia condiciones de bienestar
generalizado, en una sociedad pacífica y penetrada de solidaridad entre los
hombres.
6)
El hecho de que la ciencia sea propuesta por los positivistas como único
fundamento sólido de la vida de los individuos y de la vida en común; el que se
la considere como garantía absoluta del destino de progreso de la humanidad;
el que el positivismo se pronuncie a favor de la divinidad del hecho: todo esto
indujo a algunos especialistas a interpretar el positivismo como parte
integrante de la mentalidad romántica. En el caso del positivismo, sin embargo,
sería la ciencia la que resultaría elevada a la categoría de infinito. El
positivismo de Comte, por ejemplo -afirma Kolakowski-, «implica una
construcción de filosofía de la historia omnicomprensiva, que culmina en una
visión mesiánica».
7)
Tal interpretación no ha impedido sin embargo que otros exegetas (por ejemplo,
Geymonat) descubran en el positivismo determinados temas fundamentales que
proceden de la tradición ilustrada, como es el caso de la tendencia a
considerar que los hechos empíricos son la única base del verdadero
conocimiento, la fe en la racionalidad científica como solución de los
problemas de la humanidad, o incluso la concepción laica de la cultura,
entendida como construcción puramente humana, sin ninguna dependencia de
teorías y supuestos teológicos.
8)
Siempre en líneas generales el positivismo (John Stuart Mill constituye una
excepción en este aspecto) se caracteriza por una confianza acrítica y a
menudo expeditiva y superficial en la estabilidad y en el crecimiento sin
obstáculos de la ciencia. Dicha confianza acrítica se transformó en un fenómeno
consuetudinario.
9)
La positividad de la ciencia lleva a que la mentalidad positivista combata las
concepciones idealistas y espiritualistas de la realidad, concepciones que los
positivistas acusaban de metafísicas, aunque ellos cayesen también en posturas
metafísicas tan dogmáticas como aquellas que criticaban.
10)
La confianza en la ciencia y en la racionalidad humana, en definitiva, los
rasgos ilustrados del positivismo, indujeron a algunos marxistas a considerar
que la acostumbrada interpretación marxista -según la cual el positivismo no es
más que la ideología de la burguesía en la segunda mitad del siglo XIX- es
insuficiente y, en cualquier caso, posee un carácter re- ductivo.
-
Giovanni Reale y Dario Antiseri. Historia
del Pensamiento Filosófico y Científico. Tomo III Del Romanticismo hasta hoy,
Herder, Barcelona, 1988. pp. 271- 273
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