La sociedad europea a fines del siglo XVIII y principios del XIX.
El
nacimiento de la sociología (como una ciencia de lo social) lo podemos
ubicar a fines del siglo XVIII y principios del XIX. Nace en Europa como
respuesta de los intelectuales para explicar los cambios que se
presentaron en esa parte del mundo, tanto en lo económico como en lo
político y social.
En
esta época el modo de producción capitalista, que se gestó en el seno
del feudalismo, empezó a predominar sobre las formas de producción
precapitalistas; ya que tanto la artesanía como la manufactura se vieron
imposibilitadas a competir con el avasallador desarrollo de la gran
fábrica capitalista, al grado de desaparecer paulatinamente. Del mismo
modo, se intensificó el dominio económico de la ciudad sobre el campo,
que provocó la desaparición de gran parte del campesinado inglés y el
cambio radical de la estructura profesional, pues la población agrícola
se incorporó poco a poco en las diferentes ramas de la industria. Las
grandes ciudades se convierten en centros industriales como resultado de
la Revolución Industrial. Al mismo tiempo que se experimentaban estos
cambios en la estructura económica y social, en la política la burguesía
desplazó del poder a la vieja nobleza feudal. En efecto, como una
consecuencia de su poder económico, para esta clase era imprescindible
asumir el poder político del Estado, ya que sólo así se podría tener una
sociedad acorde con sus intereses.
El
discurso político que sirvió para justificar la consolidación de la
burguesía como clase dominante fue el Liberalismo. Esta doctrina se basa
en la idea de la expansión interminable de la prosperidad económica,
gracias a la competencia y a la perpetuidad del proceso progresivo. De
ahí que el Liberalismo, ideología que pregona la libertad del individuo y
de la propiedad privada, se convierta en la más acabada forma del
pensamiento burgués, pues sus principios políticos se ajustaban
plenamente en las aspiraciones que demandaba esta clase social, a saber:
1.
La limitación del poder estatal como garantía de la libertad del
individuo, pero al mismo tiempo protector de la propiedad privada de los
individuos.
2. La sujeción de los gobernantes a la ley.
3. La democracia representativa que garantizaba la participación de los individuos en los asuntos públicos.
4. La existencia de la división de los poderes del Estado.
5. La no reelección de los gobernantes, garantizando la sucesión regulada en el poder.
Con
estas ideas de libertad en lo económico y en lo político, la burguesía
que pudo consolidarse como la clase dominante del capitalismo, comenzó a
reclamar para sí privilegios sociales: derecho de propiedad,
disposición de los mejores bienes sociales, libertad de empresa y de
comercio, protección de las leyes y, consecuentemente, del Estado.
La urbanización de la vida social.
La
nueva estructura económica y social trajo como consecuencia el
desarrollo de la vida en las ciudades, en donde se incrementaba el
establecimiento de industrias, centros comerciales, y también se daban
las contradicciones que el propio capitalismo engendraba. En efecto, en
contraste con la riqueza y privilegios que alcanzaba la burguesía,
existía un número cada vez más grande de pobres e indigentes. Y dado que
la ciudad era el centro de la vida social, el ambiente que en ellas
imperaba mostraba, en toda su magnitud, la diferencia entre los
distintos sectores que la componían.
Al respecto, Eric J. Hobsbawm dice:
En
la ciudad, ya no era sólo que el humo flotara continuamente sobre sus
cabezas (de quienes las habitaban) y que la mugre les impregnara, que
los servicios públicos elementales: suministros de agua, sanitarios,
limpieza de las calles, espacios abiertos, etcétera, no estuvieran a la
altura de la emigración masiva a la ciudad, produciendo así, sobre todo
después de 1830, epidemias de cólera, fiebres tifoideas y un aterrador y
constante tributo a los dos grandes aniquiladores urbanos del siglo
XIX: la polución atmosférica y la del agua, es decir, enfermedades
respiratorias e intestinales. No era sólo que las nuevas poblaciones
urbanas, a veces totalmente desconocedoras de la vida no agraria, como
los irlandeses, se apretujaban en barriadas obreras frías y saturadas,
cuya contemplación era penosa... Aquí la vida del pobre, fuera del
trabajo, transcurría entre hileras de casuchas, en las tabernas baratas e
improvisadas y en las capillas, también baratas e improvisadas donde se
solía recordar que no sólo de pan vive el hombre. Era mucho más que
todo esto: la ciudad destruyó la sociedad, "no hay ninguna otra ciudad
en el mundo donde la distancia entre el rico y el pobre sea tan grande o
la barrera que los separa tan difícil de franquear", escribió un
clérigo refiriéndose a Manchester. Hay mucho menos comunicación personal
entre los dueños de una hilandería y sus obreros, entre el sastre y sus
aprendices, que entre el duque de Wellington y el más humilde jornalero
de sus tierras." La ciudad era un volcán cuya erupción los
aterrorizaba. Para sus habitantes pobres, la ciudad era más que un
testigo presencial de su exclusión de la sociedad humana: era un
desierto pedregoso, que a costa de sus propios esfuerzos tenían que
hacer habitable.
-Hobsbawm, Eric J.: Industria e imperio. Ariel-Historia, Seix Barral, Barcelona, 1977, pp. 84-85
Estas
graves diferencias sociales no tenían una explicación lógica y
coherente. Los sectores ilustrados de la época se preocuparon por
proporcionar explicaciones de los problemas que más aquejaban a la
sociedad mostrando sus dimensiones con lujo de detalle pero sin analizar
las causas que los provocaban.
Fotografía: niños trabajando en una máquina textil. (1909)
Las primeras investigaciones sociales.
En
el primer tercio del siglo XIX, en Inglaterra y Francia se fundaron
sociedades de investigación estadística, las cuales se encargaron de
realizar censos sobre población, particularmente en los sectores pobres a
fin de obtener datos fehacientes del número de indigentes en cada una
de las ramas de la actividad productiva. Estas investigaciones, que
tenían un carácter eminentemente empírico, al dar cuenta de la situación
social prevaleciente provocaron diversas reacciones: por un lado los
gobiernos de Inglaterra, Francia y otros países crearon legislaciones de
protección social a consecuencia de diversos movimientos de
trabajadores, como el movimiento cartista en Inglaterra; por otro lado,
aparecieron filántropos sociales como Robert Owen, Charles Fourier y
Saint-Simón, quienes propusieron diversas formas de organización social
para solucionar las condiciones de los sectores pobres y marginados. De
estos filántropos sociales fue Saint-Simón quien propuso que el
conocimiento social debía ser un conocimiento no sólo empírico sino
científico, que debía construirse con rigurosidad, conformándose en una
ciencia específica de lo social o del hombre. Y es a partir de las
inquietudes y propuestas de Saint-Simón que Augusto Comte, su discípulo,
inicia sus investigaciones y funda la sociología como una ciencia
particular y específica. De hecho, muchos de los postulados comtianos
retoman las ideas sansimonianas.
Fuente bibliográfica: Ontiveros Delgado- Mendoza Castro. Sociología I. Colegio de Bachilleres. Versión en línea.
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